LA IGLESIA Y EL CONCILIO VATICANO II
EL MISTERIO DE LA IGLESIA
La
Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone
presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su
misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes. Las
condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber de la Iglesia, a
saber, el que todos los hombres, que hoy están más íntimamente unidos por
múltiples vínculos sociales técnicos y culturales, consigan también la plena
unidad en Cristo.
El
Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad,
creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a participar de la vida
divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes bien les
dispensó siempre los auxilios para la salvación, en atención a Cristo Redentor,
«que es la Imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura» (Col 1,15).
A todos los elegidos, el Padre, antes de todos los siglos, «los conoció de
antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que
éste sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Y estableció convocar
a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el
origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel
y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada
por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los
tiempos. Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos desde
Adán, «desde el justo Abel hasta el último elegido», serán congregados en una
Iglesia universal en la casa del Padre.
Vino,
por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la
creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació
en restaurar en El todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10). Así, pues, Cristo, en
cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los
cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La
Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de
Dios crece visiblemente en el mundo. Este comienzo y crecimiento están
simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de
Cristo crucificado (cf. Jn 19,34) y están profetizados en las palabras de
Cristo acerca de su muerte en la cruz: «Y yo, si fuere levantado de la tierra,
atraeré a todos a mí». La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se
celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que
es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (1 Co 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad
de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se
realiza por el sacramento del pan eucarístico. Todos los hombres están llamados
a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos
y hacia quien caminamos.
en
el Antiguo Testamento la revelación del reino se propone frecuentemente en
figuras, así ahora la naturaleza íntima de la Iglesia se nos manifiesta también
mediante diversas imágenes tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de
la edificación, como también de la familia y de los esponsales, las cuales
están ya insinuadas en los libros de los profetas.
Así
la Iglesia es un redil, cuya única y obligada puerta es Cristo (cf. Jn
10,1-10). Es también una grey, de la que el mismo Dios se profetizó Pastor, y
cuyas ovejas, aunque conducidas ciertamente por pastores humanos, son, no
obstante, guiadas y alimentadas continuamente por el mismo Cristo, buen Pastor
y Príncipe de los pastores, que dio su vida por las ovejas.
Esta
es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa,
católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección,
encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a
los demás Apóstoles su difusión y gobierno, y la erigió perpetuamente como
columna y fundamento de la verdad. Esta Iglesia, establecida y organizada en
este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su
estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes
propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.
La
Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de
Dios», anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está
fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y
caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y
revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que
se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos.
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