LA CONVERSIÓN DESDE EL ANTIGUO TESTAMENTO
La conversión en el
Antiguo Testamento
Como quiera que Jesús
toma en su predicación numerosos modelos de pensamiento del Antiguo Testamento
que sus contemporáneos conocían bien (por ejemplo, Reino de Dios,
conversión...), y que nosotros, hoy en día, no podemos entender, sin más ni
más, lo primero que hemos de hacer es dar un breve repaso a la teología
penitencial contenida en la Antigua Alianza.
Nos encontramos con dos
representaciones distintas de la penitencia, que conducen a tensiones
problemáticas entre sí mientras no se miren como complementarias y en su unidad
interna: Penitencia como cuestión de culto, ocasión pública (ritos
penitenciales) y penitencia como cambio de mente (conversión radical del
corazón). Las prácticas penitenciales del culto ritual se basan en el
conocimiento de que el alejamiento de Yahvé, el Dios de la alianza, desencadena
su «ira». Dolor, desgracia, derrota frente al enemigo, necesidades y
catástrofes naturales se suceden como castigo de Yahvé enviado a su pueblo
infiel. La penitencia consiste en el alejamiento del pecado y en el regreso a
Yahvé. Sentido éste que se desprende del mismo lenguaje utilizado. La palabra
hebrea subh quiere decir, traducida
literalmente, «renunciar a algo», «regresar». El pueblo que, renovado en la
alianza con Yahvé, reflexiona y se vuelve a su Dios, muestra este regreso
también externamente mediante ritos penitenciales tan impresionantes como
drásticos: ayunar, vestirse de saco (como traje de duelo), cubrirse de ceniza,
oraciones y gritos de plañideras, acompañado todo ello del reconocimiento de
los pecados (cfr. 1 Re 21; Jdt 4, 7 ss; Is 58, 5; Neh 9,1). El antiguo Israel
tenía épocas muy determinadas de penitencia y de liturgia penitencial (cfr. 1 R
8, 33 ss; Jer 36, 6.9; Hech 7, 3.5; 8, 19). Como ejemplo se puede tomar la
impresionante descripción del ayuno con las prácticas penitenciales que le
acompañaban, que se encuentra en Joel, uno de los principales representantes de
la penitencia ritual entre los profetas:
«¡Pregonad al son de
las trompetas de Sión, anunciad un ayuno santo, llamad a la comunidad! ¡Que se
reúna el pueblo y se bendiga a la comunidad; que se reúnan los ancianos, traed
a los niños y a los lactantes! ¡Que salga el novio de su cámara y la novia de
su aposento! ¡Que lloren entre el vestíbulo y el altar los sacerdotes, los
servidores del Señor y que digan: Protege, Señor, a tu pueblo y haz que tu
propiedad no se convierta en escarmiento, que los paganos no se rían de ella!
¿Por qué ha de decirse entre los paganos: Dónde está vuestro Dios?- Entonces se
despertó el celo del Señor por su tierra y se compadeció de su pueblo» (2,
15-18).
Señalar los peligros
que puede llevar consigo esta exteriorización de la penitencia es coincidir con
lo que realmente pasó en la historia espiritual de Israel. Con alma y cálculo
de mercader se pensaba poder comprar el resultado de la expiación: favor de
Dios y su compasión. Se sentían orgullosos de las obrás penitenciales
realizadas. Lo que debía ser regreso a Dios se convertía en nuevo pecado: con sus
servicios penitenciales, Israel no ensalzaba a Dios, sino a sí mismo. ¡Tales
obras penitenciales no anulaban la culpa, sino que introducían otra nueva!
Porque estos ejercidos penitenciales externos, se oponían, a veces, a la
conversión interna, en lugar de ser su consecuencia.
La protesta profética
que siguió a esa evolución de las cosas, no significaba en modo alguno que el
cambio de mente y espíritu no pudiera y debiera manifestarse en obras
penitenciales concretas. La unilateralidad de los discursos de algunos profetas
era, únicamente, la reacción obligada ante una concepción también unilateral,
por ser meramente externa, de la penitencia y la conversión. El mismo Joel puso
ya de relieve el peligro de la exteriorización de las obras penitenciales. En él
se encuentran aquel]as palabras inolvidables: «¡Rasgad vuestros corazones y no
vuestras vestiduras! » (2,13). No menos vehemente es la apelación que Isaías
hace al pueblo en su «predicación del ayuno»; el ritual del ayuno no es lo
principal:
«¿Es ése el ayuno que
el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?: Mover la cabeza como
un junco, acostarse sobre estera y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día
agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones
injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres
sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces
romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá
camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor» (Is 58, 5-8).
De forma inequívoca
señala el profeta qué es lo fundamental: más que cualquier obra penitencial,
ejercicios de meditación y obras religiosas, Dios prefiere el «corazón» -la
conversión interna- del hombre. El mismo Dios regala al hombre ese «corazón
nuevo» y ese «espíritu nuevo»: ¡Conversión como dádiva! «Entonces serán mi
pueblo y Yo seré su Dios» (Ez 11,19s; cfr. 36, 26). La conversión así entendida
será siempre acción de Dios y acción del hombre. Acción de Dios: recordando su
alianza, Yahvé se vuelve continuamente a su pueblo arrepentido, que falto de
fidelidad se ha alejado de El. Ofrece, una y otra vez, nuevas oportunidades.
Pero también acción del hombre: el pueblo tiene la posibilidad de aprovechar o
no la oportunidad que Dios le da (cfr. entre otros, Jer 21, 21-25; 31,15-20; Is
44, 21 s).
Los jovenes del grupo de SAMUEL, fueron los protagonistas en el programa Eclesial Iglesia Domestica, Dios los bendiga por su servicio y entrega por el Evangelio.
El programa fue transmitido por Admirable Stereo 106.1 fm, en el horario de las 9:00 am, puede conectarte tambien por:
https://admirable.radio12345.com/
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